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Una mujer de fe

Hay un versículo de la Biblia que dice: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles. Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes”. Catalina me habló de este versículo para explicarme que es Dios quien nos cuida y quien provee por nuestras necesidades, y que lo que alcanzamos en la vida no es resultado de nuestros propios esfuerzos. Le pregunté sobre la situación actual, el segundo confinamiento en Toronto, y el impacto que esto había tenido en su trabajo como maestra de primaria. Le pregunté también si tenía miedo del riesgo que su trabajo le plantea en este tiempo de la pandemia. Su respuesta fue que ella cree que no son sus propios esfuerzos los que la protegen del COVID-19, sino Dios. Claro, esto no quiere decir que no se deben seguir las recomendaciones de la salud pública, sino una creencia en que si es Dios quien le pone en una situación riesgosa, Él va a darle la protección necesaria. Incluso, es una convicción de que a pesar de que hagamos todo lo mejor para protegernos, lo que tiene que pasar, tiene que pasar.


Yo conocí a Catalina Camargo hace diez años en la iglesia, aquí en Toronto, y a través de los años, fui conociendo más de ella. Es una persona muy humilde, amable, y divertida. Ahora que tengo la oportunidad de entrevistarla, he aprendido más sobre la mujer que es, y los desafíos que ha tenido que pasar para llegar a este punto de su vida. Es muy evidente que Catalina es una persona de grandes convicciones que le da prioridad a lo que Dios quiere para su vida. Al conocerla de manera más profunda, he constatado que ella es una verdadera mujer de fe.


Para muchos es difícil de aceptar la realidad de que muchas circunstancias de la vida no se pueden controlar. Pero Catalina cree que cuando alguien le ofrece su vida a Dios, le debe confíar cada aspecto de ésta. Este punto de vista espiritual se origina en la niñez de Catalina, quien nació y creció en Colombia. Penúltima de cuatro niños y cuatro niñas, Cathy, como la llamamos aquí, creció sabiendo que hay un Dios que la cuida y que tiene soberanía sobre su vida.


“Yo crecí leyendo la Biblia. Crecí sabiendo que había un Dios. Crecí orando, crecí con fe. Crecí buscando a Dios, dependiendo de Él.”


Su dependencia en Dios cubre todos los aspectos de su vida, aun desde muy niña. Desde una temprana edad, aprendió a confiar en Dios, y no en los seres humanos. Una de sus primeras oraciones fue muy sencilla.


“Yo tenía angustia porque no tenía un lápiz. Mi mamá me va a regañar porque no tengo el lápiz, lo perdí…A esa edad, oré: ¡Ay, Dios, por favor, regálame un lápiz, necesito un lápiz! Y abrí un cajón de mi casa y me encontré un lápiz. Y yo me quedé con la boca abierta, porque Dios respondió mi oración; porque para mí era muy difícil encontrar un lápiz en mi casa a esa edad, y no quería sobrecargar a mi mamá. Pero aprendí que yo no voy a pedirle a mis padres. Voy a pedirle a Dios. Porque a mí, Dios me escucha. Entonces, siempre tenía esa fe de que Dios me escuchaba.”


La Biblia dice “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias”. Es exactamente lo que hizo Cathy a esa edad. Desde el comienzo de nuestra conversación pude entender que ha sido su fe en Dios lo que la ha ayudado a aceptar sus bendiciones, aunque con desafíos, y que su fe la ha ayudado a vivir una vida rica y amplia.


Cathy ha sufrido desde siempre de una enfermedad en sus pulmones. Esta condición la ha hecho usar medicamentos continuamente, y estar hospitalizada.


“Yo estaba muy enferma de niña. Desde mi niñez siempre estaba hospitalizada y siempre estaba con oxígeno, porque en esos tiempos no había ‘puffers’ individuales.”


A pesar de los avances en la medicina, ella debe cuidarse mucho, incluso tomar pausas en su trabajo. Le pregunté sobre su área laboral y el riesgo que el coronavirus significa para su salud. Como respuesta, me explicó que su vida está en las manos de Dios y que no hay nada que temer, porque Él cuida a todos aquellos quienes lo siguen. Este año escolar, recibía un contrato permanente y la oportunidad y de enseñar en línea. Claro, hay aspectos negativos en esta forma de enseñanza, pero la protege del riesgo de contraer el virus por causa del contacto cercano con otros.


Cuando alguien vive con una enfermedad crónica, muchas veces su familia trata de protegerlo del mundo, aun en su vida adulta. Cathy llevaba cinco años en Curazao, y vivía allí con dos de sus hermanas cuando decidió venir a Canadá. Siendo soltera, la noticia de su cambio de país no fue bien recibida por los miembros de su familia. Y eso fue el inicio de muchas preguntas y comentarios.


“Toda mi familia se opuso, excepto por dos hermanas, las que estaban en Curazao, que dijeron, ‘no, tú tienes que ir.’ Y ellas me ayudaron, y vine…pero la reacción fue muy negativa de todos”. “¿Por qué te vas? ¿Qué vas a hacer sola? ¿Por qué nos dejas? Vas a morir en Canadá, es un país muy frío. ¿Quién te va a cuidar cuando estés enferma? ¿Qué vas a hacer?”


Aunque su familia estaba preocupada por su salud, ella creía que, si era la voluntad de Dios, ese plan se iba a realizar. Y es así que a los 23 años Cathy emigró a Toronto.


Esa fe la ha seguido a lo largo de su vida, durante su inmigración a Canadá, cuando decidió cambiar de carrera, y ahora en su trabajo como maestra. Para mucha gente, la experiencia de mudarse a un nuevo país con una cultura muy diferente presenta muchas dificultades y quizás obstáculos. Pero ese no fue el caso de Cathy. Al preguntarle sobre sus experiencias, no tenía nada negativo que decir, y me explicó que, gracias a su cultura colombiana, se le abrieron muchas puertas:


“Mi cultura me permite tener acceso a otro punto de vista diferente, que en Toronto es bienvenido. Entre más estés abierta a la cultura, a diferentes culturas; entre más conozcas de tu cultura y la cultura de otros, es bueno, ¿no? Entonces yo siento que tengo que ofrecer mucho a familias que son inmigrantes, que están recién llegadas, y mi experiencia y mi cultura me ayudan a poder ofrecer eso también.”


Quizás este punto de vista ha tenido un papel importante en las decisiones que tomó, especialmente durante su vida aquí en Toronto.


Después de más de dos décadas aquí, Cathy tiene muchas experiencias que compartir. Su primera carrera aquí fue como asistente de enfermería. Después de un tiempo, decidió cambiar de carrera. Creía que necesitaba más educación, y como ella lo describe, “era un paso de mucha fe.” De nuevo había mucha oposición por parte de su familia. No sólo por su salud, sino también por su edad:


“Yo tenía cuarenta y siete años cuando decidí ese cambio de carrera. Y todos me decían, ‘¿Estás loca? ¿Quién te va a contratar cuando te gradúes y tengas mucha edad? Tú estás equivocada en el paso que tomaste. Ahora hay muchos maestros. ¿Qué vas a hacer? Vas a perder tu tiempo.’ Pero al mismo tiempo, yo sabía que si Dios abría las puertas y que si me aceptaban en la universidad y que si iba a tener el dinero para pagar, y que si recibía becas, que si las aceptaba, que si las puertas se abrían, que eran los planes de Dios. Dios abrió puertas y lo pude hacer, y me fue súper bien.”


Y es así que después de 13 años como educadora de primaria, Cathy entró en el sistema público de educación de Toronto. Aunque tuvo problemas para estar contratada al inicio, no lamenta su decisión. A pesar de la falta de apoyo, ella creyó fuertemente que Dios la llevó a este punto y que no fue un accidente.


Como para mucha gente, la familia es muy importante para Cathy, a pesar de la distancia. Ella da el crédito a sus raíces colombianas:


“Yo crecí con mi hermano menor, con mis tres hermanos mayores, con mis dos padres. Entonces vivíamos en la misma casa, pero recuerdo muchas cosas de mi niñez. Compartimos nuestra casa…Hasta cuando yo tenía 10 años ya mis hermanos empezaron a salir de casa, y a hacer sus vidas. Pero igual yo crecí con mis sobrinos, que éramos de la misma edad y fue, fue algo muy… la familia en Colombia es muy importante. Crecimos jugando juntos, comiendo juntos, paseando juntos, yendo a diferentes lugares de Colombia, con mis padres. Nunca nos faltó la comida, nunca nos faltó un lugar para vivir. Mis padres tenían su propia casa. Nunca nos faltó lo más importante para nuestras necesidades.”


Este sentimiento de estar próximos, aún si no sea geográficamente, es típico de muchas culturas latinoamericanas. También se le da mucha importancia al matrimonio y a tener hijos. Se puede decir que Cathy no sigue las tradiciones en estos aspectos, porque ella cree que lo más importante es seguir a Dios y lo que Él desea para la vida de uno. Ella no está infeliz, ni se siente insatisfecha en este punto de su vida.


“A este punto yo soy soltera. Y al principio, cuando yo tenía veintiséis años, decía ojalá que yo esté casada a los treinta. Y a los treinta decía, ojalá que yo esté casada no más tarde de los cuarenta. Llegué a los cuarenta y dije ‘¿que está pasando ya tengo cuarenta y aún estoy soltera?’ ¡Ahora me doy cuenta de que soy tan feliz en mi vida! He estudiado la Biblia con muchas mujeres casadas, que sin Dios serían muy miserables en sus matrimonios porque que tienen que pasar pruebas grandes, pero grandísimas en sus matrimonios.”


Su vida independiente le ofrece la libertad de tomar decisiones para sí misma, como la del cambio de carrera, y de volver a estudiar para hacerlo. Pero lo más importante para ella es el tiempo que puede pasar estudiando la Biblia con otras mujeres.


Aunque creció en la fe cristiana, Cathy hizo una búsqueda espiritual cuando vino a Canadá. Fue una búsqueda similar a la de sus padres muchos años atrás.


“Mis padres estaban en una búsqueda. Ellos eran católicos primero. Y cuando yo cumplí tres años, mis padres empezaron a conocer de la Biblia y a Dios. Empezaron a ir a la iglesia en donde yo crecí, llegaron a ir a diferentes iglesias, porque mi papi siempre estaba en la búsqueda de encontrar una iglesia que hiciera lo que la Biblia dice.”


Esa búsqueda inspiró a Cathy hacer su propio recorrido cuando vino a Toronto a los 23 años. En una ciudad con miles de lugares para adorar, la búsqueda por un lugar en la cual sintiera que pertenenecía era muy difícil. Pero, como sus padres, estaba en una búsqueda y creía que Dios la llevaría al lugar correcto. Y encontró la oportunidad de encontrar este lugar cuando una mujer la invitó a estudiar la Biblia.


Al preguntarle sobre el evento más significativo de su vida, me respondió sin vacilación que fue su bautismo en la edad adulta. Sabiendo que no es muy fácil entender bien la importancia de su fe, le pedí que me explicara el impacto que la decisión de ser cristiana ha tenido en su vida:


“Dios no es solamente un Dios que está ahí para darme cosas, pero también para disciplinarme y para cambiarme y moldearme y apretarme y transformarme. Entonces esto es algo de mi fe que yo lo aplico en mis finanzas, en mi vida académica, en mi vida personal, en mi vida de salud en mi vida con mi familia… y en cada área de mi vida.”


El concepto de ser transformado por Dios es un concepto que Cathy ha visto en sus padres.


Antes de conocer a Dios, ellos me contaron que tenían una vida muy difícil. Mi papá era alcohólico. Ellos fumaban; ellos se gritaban. No había respeto. Pero alguien invitó a mi papá a conocer la Biblia y la vida de mi papá cambió profundamente. Y la vida de mi mamá igual. Entonces, lo que yo recuerdo de mis padres es que se amaban, se tomaban de la mano, se respetaban. Se protegían el uno al otro.”


Cuando Cathy tuvo su propia transformación, sus hermanos y hermanas lo notaron y quedaron muy impactados.


Hace un año, Cathy estaba tan enferma que preparó su testamento. Aunque hoy en día su salud ha mejorado mucho, su condición la pone en el grupo de alto riesgo de contraer el COVID-19. Pero me recuerda que es Dios quien la cuida y la protege, y que cuando llegue el tiempo de morir, será su tiempo. Esto demuestra que ella no le teme a nada y que vive confiada. Al preguntarle de dónde viene su confianza, ella me responde que viene de Dios, y que, si le llega alguna oportunidad, es porque es la voluntad de Dios. En el ejemplo de su trabajo, si tiene que trabajar en clase, es la voluntad de Dios, y si tiene que trabajar en línea, eso también es porque Dios lo quiere. Ella permanece flexible para cualquiera oportunidad que se le presenta.


La idea de flexibilidad no es extraña para Cathy, sino una cualidad que hay que tener en cualquier momento, aun los más difíciles. Cuando el rector del colegio le preguntó a ella si prefería clases en persona o en línea, ella le respondió que no tenía preferencia. Porque para ella, no hay riesgo en hacer lo que Dios quiere para su vida. Y siendo maestra, Cathy está agradecida por la oportunidad de trabajar con niños de todas las edades. Ahora que estamos en pandemia, trabajar como maestra requiere cierta flexibilidad y paciencia, y ella ora por quedarse con un corazón de sirviente.


Este año, la pandemia presenta muchos problemas para muchas carreras, especialmente en la de enseñanza. Más que trabajar en línea, Cathy debe cambiar de clase frecuentemente, casi cada dos meses. Pero ella lo toma con calma, y se adapta a las situaciones que debe enfrentar. En un mundo que mucha gente considera como caótico, hay un sentido de calma y tranquilidad en ella que muchos desearían. Pero la ruta parar llegar aquí no fue fácil. Me explicó que cuando se graduó en el 2013, un cambio en la ley impuso restricciones que le hicieron más difícil ponerse en la lista de espera de maestros en el sistema de enseñanza. Cuando finalmente la contrataron, ella no tenía las cualidades que ellos buscaban, pero sí una actitud de servicio, y la fe en que Dios iba a abrirle las puertas.


“Cada día oraba, y decía en mi oración: me van a contratar al momento correcto que Dios quiera. Y aunque yo no tenga francés, aunque yo no tenga experiencia como maestra, aunque yo no esté en la lista, yo sé que voy a ser maestra.”


Trabajó como supervisora de almuerzo y secretaria, se hizo notar por dos rectores, y logró que le dieran una recomendación para tener una entrevista:


“Y en toda la entrevista tuve problemas porque no hablaba francés, porque no tenía rectores que me habían visto enseñando. Pero aun así Dios abrió puertas. Y me contrataron como suplente de maestras.”


Después de trabajar algunos meses en esa posición, recibió ofertas para trabajar como maestra por todo el año. Al preguntarle que hizo la diferencia, ella le da todo el crédito al Dios:


“Yo sé que fue Dios, que no fue nada que yo hubiera hecho. Dios permitió que yo hallara gracia en Él a la vista de esa gente, que me amaran.”


A los cincuenta años, Cathy vive independientemente. Aunque no se ha casado y no tiene hijos, está muy feliz de su vida humilde y contenta con lo que Dios la ha bendecido. Cuando su hermana vino de visita, le dijo:


“tú no tienes que casarte. Tú no necesitas un esposo. Tú estás bien. Dios te ha bendecido tanto con una familia espiritual y te ha bendecido mucho con amigos y te bendijo mucho con una vida de libertad que yo no tengo.”


Esta familia espiritual creció desde su bautismo y permanece hasta hoy. Me contó que su grupo de apoyo incluye hermanos y hermanas de la Iglesia aquí en Toronto, en Edmonton, en Vancouver, en Winnipeg, en Curazao y aun en Londres.


“…Hay diferentes personas que han impactado mi vida y gente que ha dejado la Iglesia…ellos son bellas personas que ocupan un lugar muy especial en mi corazón. Entonces, Dios me ha bendecido con buenas amistades. Le agradezco por la vida que me da en este aspecto.”


Catalina no tiene miedo del futuro ni del presente, porque tiene confianza en que el mundo está en las manos de Dios, en que Él la ama, la protege, y que la quiere acompañar a lo largo de su vida. A veces, los desafíos que experimenta un cristiano pueden hacer que abandone su relación con Dios. En el caso de Catalina fue todo lo contrario. Los desafíos que ella experimentó la hicieron acercarse más a Él y saber con confianza que no importa lo que esté pasando en su vida, todo estará bien. La vida es difícil. Tomar la decisión de convertirse en cristiano no consiste en pensar que la vida sería más fácil, sino una creencia de que uno no lleva la carga solo, y que no hay nadie que pueda soportar esa carga más que Dios. Catalina cree en esto de todo corazón, y por eso digo que es una verdadera mujer de fe.

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