Natalia y Carolina elaboran un marco narrativo ficcional para recrear un diálogo de no-ficción entre sus madres: Sandra y Claudia, respectivamente. Ese diálogo es el resultado de un breve trabajo etnográfico sobre la experiencia de inmigración de sus familias que les permitió descubrir, en ambas mujeres, narrativas comunes de procesos de vida y de culturas en tensión, así como la resiliencia y la dignidad con las que se han sobrepuesto a sus grandes desafíos.
Claudia pisó suelo canadiense el 15 de marzo de 1999 con su hija de un año en la cintura y una lista de sueños por cumplir. Esto no era lo que pensaba que serían sus primeros años de matrimonio, pero tenía esperanzas. Su esposo Ricardo le dijo antes de casarse que quería cumplir su sueño americano en Canadá. Claudia estuvo de acuerdo con esto solo conociendo a su esposo durante 4 meses. Todos a su alrededor pensaban que Claudia estaba loca, dado que no hablaba inglés y tenía una relación muy cercana con su familia. Su esposo, que ya había emigrado a Canadá trece meses antes de la llegada de su esposa, en búsqueda de trabajo y un lugar para vivir, ya estaba enfrentando las dificultades de la inmigración que Claudia pronto enfrentaría. No tenía idea de a qué se enfrentaría en los años venideros.
Sandra pisó suelo americano el 15 de marzo de 2000 con su esposo y con su hija de tres años, con una visa de visitantes, llenos de esperanza de nuevas oportunidades. Llegaron a la casa de Lucrecia, la madre de Sandra, que ya había estado en los Estados Unidos hacía diecisiete años en ese entonces. Sandra y su esposo Efrain aprovecharon para mejorar su inglés y acelerar el proceso de inmigracion a Canada. Luego pasaron la frontera canadiense el 21 de octubre de 2001, listos para establecer raíces y crear un futuro nuevo para su familia. Sandra tuvo una idea de cómo era el proceso de la inmigración en los Estados Unidos y estaba preparada para lo que le esperaba a su llegada a Canadá.
Canadá es conocido por ser uno de los países más multiculturales del mundo. Es un crisol de culturas diferentes. Específicamente, Toronto reclama ser la ciudad más multicultural del mundo, donde la mayoría de la población nace fuera de Canadá y se hablan más de 140 idiomas. Cuando Claudia y Sandra emigraron a Toronto, no tenían idea de que estarían rodeadas de tantas culturas diferentes. Lo que estaban a punto de experimentar fue el más grande choque cultural de sus vidas. Toronto es una ciudad tan vibrante y hermosa cuyas pueden encontrar muchas actividades diferentes para asistir, especialmente durante los meses de mayo a agosto. En el verano de 2005, Toronto creó Salsa on St. Clair, una fiesta callejera latina en el West End de Toronto.

Era el año 2005
Claudia había estado viviendo en Toronto durante seis años, lo que fue una temporada difícil de transición en su vida. Su esposo consiguió un buen trabajo en Ingeniería de sistemas, luego compraron su primera casa juntos y poco después, en el año 2000, Claudia dio a luz a su segundo hijo, Nicolás. Todos fueron momentos felices, aunque Claudia se sentía sola. Tenía a su marido y a sus hijos, pero eso era todo. Anhelaba el sentido de comunidad, pero tenía demasiado miedo de salir porque sus habilidades en inglés eran deficientes. Ella confiaba en su esposo para todos los aspectos fuera del hogar. Comenzó sus estudios en ESL a los pocos meses de llegar a Canadá y su inglés mejoró lento pero seguro. En mayo de 2002, Claudia, su esposo y su hija mayor, María-Carolina, finalmente se convirtieron en ciudadanos canadienses. Este es uno de los objetivos que lograron en los primeros 6 años después de la inmigración. Una vez que su hijo menor pudo asistir al Montessori, Claudia comenzó a trabajar en una fábrica por un corto período de tiempo, pero no pasaría mucho tiempo hasta que se quedó embarazada de su tercer y última hija. Sofía nació en marzo de 2005, con lo que la familia de Claudia y Ricardo creció otra vez.
Después de haber pasado un año y medio en los Estados Unidos, Sandra López y su esposo Efraín Araque estaban listos para embarcarse en su nuevo viaje hacia la ciudad de Toronto, Canadá. Su inmigración a los Estados Unidos sirvió como una oportunidad para adaptarse a la cultura norteamericana, pero Sandra no estaba preparada para el choque cultural que enfrentaría al llegar a Toronto. Sandra y su esposo llegaron a Canadá el 21 de octubre de 2001 con la esperanza de darle a su hija Nathalia un futuro mejor. Sandra sabía en el fondo de su corazón que su matrimonio no estaba destinado a ser con su esposo, pero quería averiguar sus papeles de inmigración antes de lidiar con los papeles de divorcio. Los primeros dos años de la vida de Sandra en Toronto fueron difíciles. Ella estaba navegando el aprender a hablar inglés mientras criaba a Nathalia y a la vez estudiaba en Guelph-Humber para enriquecer aún más su educación y asegurar un trabajo en su especialización. Su esposo trabajó para mantenerlos durante estos dos años. Lamentablemente, su matrimonio empeoró en 2003. Después de muchos años de abuso físico y emocional, Sandra se cansó y dejó a Efrian. Sandra embarcó en un nuevo viaje como madre soltera en una nueva ciudad, Mississauga.
En ese entonces, Claudia llevaba seis años en Canadá y Sandra cuatro. Ambas comenzaron el proceso de acostumbrarse al “estilo de vida canadiense”. El verano de 2005 acababa de comenzar tanto para los hijos de Claudia como para la hija de Sandra. Estaban terminando el año escolar y preparándose para un verano caluroso, lleno de actividades planeadas para sus hijos. El último día de clases, Claudia fue a buscar a sus dos hijos mayores del colegio. Los niños siempre llegaban a casa con su trabajo escolar y cuadernos del año junto con las boletas de calificaciones finales. Este año en particular, en las boletas de calificaciones, los niños recibieron cupones y folletos. Entre ellos, un volante para un nuevo festival callejero latino que se llevaría a cabo del 8 al 10 de julio de 2005, Salsa on St. Clair. Claudia, que estaba buscando un sentido de comunidad y pertenencia y algo de cultura latina en Toronto, decidió que llevaría a sus hijos a este festival callejero para darles una pequeña muestra de su cultura colombiana.
Sandra había sido madre soltera durante casi dos años. Recientemente se había graduado del programa de Telecomunicaciones Inalámbricas de Humber College y ahora tenía dos trabajos para mantener a su hija. Trabajaba largos días y noches, y estaba muy cansada, pero nunca se lo mostró a Nathalia. Nathalia era su orgullo y alegría. Quería ser algo más que su madre: quería hacer el papel tanto de padre como de madre. Ese año, Sandra estaba trabajando para Bell como asociada de ventas. La hija de Sandra, Nathalia, llegó a casa el último día de clases muy emocionada por mostrarle a su mamá su boleta de calificaciones. Sabía lo importante que eran las calificaciones para su madre y ella quería alegrarla. Después de que Sandra revisó las calificaciones de Nathalia, estaba muy orgullosa de su hija por sus increíbles logros académicos ese año. Nathalia miró a su madre mientras sacaba el volante para el festival callejero Salsa on St. Clair y le preguntó “¿Mami ya que me fue bien en el colegio, crees que podríamos ir a este festival la semana que viene?” Sandra miró a su hija con una sonrisa en su rostro y dijo “claro, mija, te lo mereces”.

Sábado 9 de julio de 2005
El sol brillaba esa calurosa mañana de sábado de julio. Sandra estaba preparando el almuerzo antes de irse a Salsa on St. Clair. Hizo el plato colombiano favorito de Nathalia, el ajiaco. Sandra siempre se aseguraba de que Nathalia estuviera bien alimentada para evitar gastar dinero extra mientras estuviera afuera. Cargó el carro, abrochó a Nathalia en su asiento y se fueron para el evento. Por otro lado, Claudia y su esposo se despertaron temprano esa mañana. Alimentaron a sus hijos con un desayuno abundante, empacaron sus bolsas de almuerzo para el día, empacaron el cochecito y se pusieron en camino. Comenzaron la ruta en la estación de Don Mills. El esposo de Claudia siempre prefirió tomar el TTC, ya que podían obtener un pase familiar y evitar pagar el estacionamiento, lo que hizo que su excursión fuera más barata. Tomaron el tranvía 512 por St. Clair Ave. hacia el oeste, hasta Arlington Ave., y se apearon. Después de seis años, Claudia y Sandra consiguieron una pequeña muestra de la cultura latina que extrañaban.
Sandra y Nathalia aparcaron su coche cerca del festival, en una calle lateral que ofrecía aparcamiento gratuito durante tres horas. Mientras caminaban hacia el festival, el sonido de la música latina se hacía más cercano y más fuerte. Sandra pudo sentir la música en su cuerpo y su emoción creció. Miró a Nathalia y dijo: “Natty, yo escuchaba esta música cuando era pequeña, en Colombia”. Al llegar, Sandra notó un camión de empanadas colombianas. No había comido una empanada desde que salió de su país. Pidió cuatro empanadas de carne para ella y Nathalia y se sentaron en el banco cercano. No muy lejos Claudia, su esposo y sus tres hijos se bajaron del tranvía y comenzaron a caminar hacia el festival. Claudia estaba emocionada de interactuar con otros hispanohablantes y su esposo estaba emocionado de disfrutar la comida tradicional colombiana. Cuando llegaron al festival, Ricardo notó el camión de comida de empanadas y dijo: “No he comido una buena empanada en años, vamos a probarlas”. Ricardo encargó siete empanadas para repartir entre los cuatro ya que la bebé Sofía no podía tener ninguna. Claudia empujó el cochecito hacia la banca más cercana y se sentaron y disfrutaron de las empanadas. Carolina terminó después de tres bocados de su empanada porque sólo quería jugar. Estaba con una de sus muñecas que había traído cuando de repente otra niña se le acercó y le pidió que jugara: era Nathalia. “Mi nombre es Nathalia, ¿puedo jugar contigo?”. Las niñas empezaron a jugar juntas. La madre de Nathalia, que estaba detrás de ella, dijo en español “¡No tiene hermanos, le gusta hacer amigos!”

“Mi nombre es Sandra, ¡encantada de conocerte!”. Claudia se alegró de escuchar otra voz que también hablaba español “Claudia, gusto en conocerte”. Ambas mujeres comenzaron a charlar y tener conversaciones básicas al principio. A medida que avanzaba su conversación, ambas mujeres se dieron cuenta de lo mucho que realmente tenían en común. Ambas se criaron en Bogotá, Colombia, y ambas asistieron a escuelas católicas para niñas. Sandra era unos años más joven que Claudia. Ambas asistieron a la Universidad en Bogotá, donde estudiaron ingeniería, pero con diferentes especializaciones. Sandra era apasionada de sus estudios y de la carrera que eligió. Claudia, por otro lado, eligió esta carrera para cumplir el sueño de su padre de tener una ingeniera en la familia. Siempre quiso estudiar hostelería y turismo pero con la influencia y la presión de las figuras masculinas en su vida nunca lo hizo. Sandra compartió su amor por la religión católica y cómo la ha impactado y ayudado durante los momentos difíciles de su vida. Claudia conectó instantáneamente con Sandra en este aspecto. Claudia siempre ha amado la religión y la ha estudiado, y ambas, Claudia y Sandra, la incorporaron a la vida de sus hijos: rezan antes de cada comida, antes de acostarse, incluso rezan el rosario durante los largos viajes en coche y, por supuesto, asisten a la misa dominical todas las semanas.
A medida que la conversación continuaba, ambas mujeres comenzaron a discutir sus pensamientos y perspectivas sobre la cultura colombiana en la que se criaron. En la cultura colombiana, el machismo es una característica dominante que muchos hombres poseen y usan contra las mujeres. Desafortunadamente para Sandra y Claudia, ambas lo vivieron de primera mano con sus padres. Como mujeres que crecieron en Colombia, experimentaron el machismo desde una edad temprana en la Universidad y en su vida laboral. Sandra comenzó a contarle a Claudia sus experiencias con el machismo durante su estadía en Colombia:
“Desafortunadamente, no solamente en Colombia pero al nivel de Latinoamérica, el machismo afecta bastante. Digamos que lo viví en la casa cuando yo era la responsable: por ser hija, y por ser la mayor, tenía que hacer los oficios de la casa, tenía que ser la responsable para esas cosas. Digamos frente a mi hermano que era menor pero nunca se esperaba de él lo mismo. Al contrario, la cultura es que las mujeres les sirvan a los hombres. También lo viví con el hecho que nunca vi a mi papá cocinar, limpiar o colaborar con las cosas de la casa. Es injusto, ¿no? También lo viví cuando me case. Tenía una relación en la que él era bastante dominante y básicamente tenía que hacer yo lo que el esposo dijera pero que crearía conflicto porque no se podía cuestionar. Yo no podía hacer lo que yo quería si el esposo no estaba de acuerdo. En el trabajo también, es la cultura machista y la falta de balance entre los derechos del hombre y la mujer.”
Claudia no se sorprendió cuando escuchó esto, sino que se sintió cómoda al saber que alguien más en Toronto podría relacionarse con su experiencia. El machismo no era un rasgo dominante que viera en los hogares canadienses, por lo que la historia de Sandra era identificable. Claudia pasó a compartir:
“Mi papá era machista y controlador. Yo pienso que es el machismo en todo el aspecto, yo soy muy rebelde y a mi no me gusta que nadie me controle. Yo pienso que con respecto al machismo, tanto personal como a nivel laboral, yo no pienso que nosotras nos tenemos que doblegar ante ningún hombre; no pienso que uno sea menos como ser humano y menos intelectualmente. Yo antes pienso que las mujeres tenemos más capacidades intelectuales, físicas y emocionales que los hombres no pueden cubrir porque nosotras podremos cubrir varios frentes al mismo tiempo y ellos solamente se pueden enfocar en uno. Pero es en el machismo en Colombia que la mujer siempre ha sido minimizada, siempre ha estado detrás; siempre es la que económicamente menos gana, la que más trabajo laboral tiene y menos oportunidades ha tenido. Yo nunca he estado de acuerdo con eso, y especialmente en mis posiciones personales, yo no me hubiera casado si hubiera tenido un hombre machista. Yo no me hubiera casado si no hubiera encontrado el papá de mis hijos.”
A medida que avanzaba la conversación, Claudia y Sandra comenzaron a compartir sus historias de inmigración. Su proceso y razonamiento fueron muy diferentes para querer venir a Canadá. Sandra y su esposo se unieron con las mismas metas y sueños de tener una vida mejor en Canadá y darle a Nathalia un futuro mejor. Claudia vino a Canadá para ayudar a su esposo a cumplir sus sueños de vivir en América del Norte.
Sandra le preguntó a Claudia cómo es que había decidido venir a Canadá.
Claudia: “Pues la verdad yo nunca decidí venirme a Canadá. Resulta que yo conocí a Ricardo en el trabajo. Nosotros trabajamos juntos, él era el jefe de departamento del sistema de comunicaciones en el banco ganadero. Ricardo siempre tuvo su sueño de venirse al exterior. Él había estudiado en los Estados Unidos y ya tenía sus papeles listos y traducidos. Una dia se fue a la feria internacional en Colombia y había una mesa de la embajada de Canadá. Y Ricardio vio esas publicidades y dijo es la oportunidad de la vida. Después de ese día Ricardo adjuntó todos nuestros papeles y en ocho días ya tenía los papeles listos para venir a Canadá. Seis meses después me conoció y a los cuatro meses de habernos conocido me casé con él. Tuvimos a Carolina y a los nueve meses de ella haber nacido él se fue a buscar trabajo en Canadá. Y después llegué yo con Carolina, el 15 de marzo de 1999.”
Sandra se sorprendió al escuchar que originalmente Claudia no estaba dispuesta a emigrar. Sandra se sintió diferente. Había terminado de vivir en Colombia y quería un nuevo comienzo para ella. Mientras seguían viendo el juego de sus hijas juntas, Claudia tenía curiosidad por saber cómo llegó Sandra a Canadá.
Sandra: “Digamos que cuando yo estaba trabajando en la empresa de Johnson y Johnson fui víctima de acoso. Entonces como no cedía al acoso de un jefe perdí mi trabajo. Después fue muy difícil conseguir empleo. Yo tenía 28 años y yo siempre me preguntaba a esta edad en la que estoy y la falta de oportunidades más todas las cosas que estaban ocurriendo en Colombia, yo no quería estar más allá. Llegué a un punto donde dije que yo no quería vivir más acá. Un dia yo vi en los avisos del periodico un aviso del gobierno de Canadá, un aviso que decía que familias que cumplieran ciertos requisitos y que quisieran emigrar para Canadá. Yo empecé a considerar la oportunidad y mirar qué requisitos piden y me di cuenta que yo calificaba, y tomamos la decisión de aplicar como familia.
Claudia y Sandra hubieran podido hablar durante horas y horas, pero los niños se estaban cansando y tenían hambre y sabían que su conversación tenía que terminar. Claudia le preguntó a Sandra “¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo dejaste a tu marido y criaste sola a tu hija?”. Sandra le dijo muy diplomáticamente que “no tenía otra opción, tenía que hacer lo mejor para mi hija Nathalia y yo”. La vida en Canadá no fue fácil para ninguna de las dos. Ambas enfrentaron las luchas de la barrera del idioma, las diferencias culturales y los cambios de estilo de vida. Las culturas colombiana y canadiense implican estilos de vida opuestos. Ambas tuvieron que aprender cómo adaptarse a las nuevas reglas, formas de vida y cómo vivir en la sociedad canadiense. Claudia y Sandra advirtieron que nunca creyeron que habrían de luchar tanto como lo hicieron cuando llegaron a Canadá. Todo el mundo hizo que pareciera que la inmigración era fácil, pero en realidad no lo fue. Los primeros dos años no fueron fáciles. Ambas reconocieron que fueron los momentos más difíciles de sus vidas. Sin familia extendida, sin amigos, sólo ellas con sus familias. Pero lo lograron, llegaron al otro lado y ahora, en este día soleado y caluroso de julio de 2005, ambas son colombianas canadienses con un largo camino por delante.
15 años después… Julio , 2020
Sábado 9 de julio. El sol brillaba esa calurosa mañana de sábado de julio. Sandra tenía antojos de comerse un gelato de su gelateria favorita en St. Clair: La Paloma. Alistó su bolso con una botella de agua y un libro para leer. Prendió el carro y salió en camino a la gelateria. Parqueó el carro a una cuadra de distancia de La Paloma. Salió del carro con su bolso y empezó a caminar hacia el restaurante.
Claudia quería sacar a pasear a su perro Benny a un parque diferente y de paso disfrutar un helado. Empacó su bolso con un libro, una botella de agua y unas bolsas para el perro. Luego subieron a su carro y se fueron hacia Earlscourt Park. Cuando llegaron, caminó con el perro por el parque. Después de un rato, se le antojó un helado: “Benny, tengo ganas de comerme un helado de café, ¡vamos a La Paloma!” Caminaron hacia el restaurante.

Como era un día caluroso y soleado, había cola para comprar helado. Entonces Sandra hizo la fila mientras leía su libro. Poco después, llegó Claudia y se paró detrás de ella. A, Benny, su perro, le encanta saludar a los demás, y se le acercó a la señora. Apenas lo vio Sandra, empezó a acariciarlo. Claudia le pidió disculpas… cuando reconoció a la señora: “Sandra, ¿eres tú?”. Y luego Sandra le respondió “Sí soy yo. ¿eres Claudia, la mamá de los tres niños, cierto?” “¡Claro que sí! Hace años no nos vemos!”. Las dos amigas se pusieron alegres y comenzaron a charlar. Después de pedir los helados, decidieron sentarse en una banca y ponerse al día. Claudia le preguntó a Sandra qué había sido de su vida durante los últimos quince años.
Sandra empezó a compartir sus experiencias :
“Pues mi hija Nathalia creció, se graduó del bachillerato y ahora se está especializando en estudios franceses y en psicología, en Glendon College. Por otra parte, yo he estado trabajando para Scotiabank por diez años como gerente analista de negocios. Me fascina mi carrera y he avanzado mucho en los últimos diez años. En el año 2015, conocí al amor de mi vida, un hombre italiano que se llama Steve. Salimos como novios durante un tiempo y cuando Nathalia se fue a vivir a la universidad, él me invitó a vivir en su casa con sus dos hijos pequeños, Natalia y Marco. Nunca me imaginé volver a ser madre por segunda vez, y los niños me llaman ‘mamá’. Cuando me pongo a pensar en todos momentos difíciles que he vivido —la llegada a este país, el abuso de un esposo que no me valoraba, el divorcio, la lucha de integración a esta nueva sociedad y la búsqueda de empleo—, me doy cuenta de que a través de los años lo superé todo, y me encuentro muy feliz y orgullosa actualmente. Todas las oportunidades que he tenido, han sido porque he sido muy flexible y siempre he perseverado.”
Al escuchar las experiencias de Sandra, Claudia se llenó de alegría porque siempre se había admirado de lo fuerte e independiente que era.
Luego Claudia compartió lo que fue de su vida durante los últimos quince años:
“Te cuento que mis hijos vieron mi matrimonio desmoronarse ante sus ojos. Desafortunadamente, el estado de mi relación con Ricardo afectó muchísimo a mis hijos. En marzo de 2015, Ricardo perdió su empleo y poco después él y yo nos divorciamos debido a problemas financieros y personales. Él terminó regresando a Colombia por el hecho que se le garantizo un trabajo fijo. Los primeros tres años sin Ricardo me dieron durísimo. Me encontré en una depresión que nunca me había imaginado en mi vida. Mis hijos sufrieron porque ya no tenían a su padre alrededor para acompañarlos y darles apoyo emocional. Ricardo nunca faltó económicamente, pero si faltó emocionalmente. Todos mis hijos sufrieron de maneras diferentes, por lo que fue difícil como mama navegar las necesidades de tres hijos y al mismo tiempo tratar de mantener una casa y asegurarse que yo también estaba bien. Pero como todo, el tiempo pasó y las cosas se mejoraron. Hoy en día, yo y Ricardo somos buenos amigos y criamos los niños juntos lo más que podemos, dado que Ricardo todavía vive en Colombia. Actualmente, mi hija mayor, Carolina, también está estudiando en Glendon, Nicolas está en su segundo año de la universidad y Sofía está en su noveno año. Por los últimos 12 años he estado trabajando tiempo parcial en el LCBO. Me encanta poder trabajar y ganar mi propia plata, y sentirme independiente. ”
Después de haber platicado por un par de horas, las dos mujeres vieron el atardecer juntas, reflexionando sobre todas las experiencias, lecciones, y oportunidades que han sobrevivido en Toronto, Canadá. Se abrazaron la una a la otra, se despidieron y se partieron en sus propios caminos.